El fenómeno de las barras bravas, como bien es sabido, no es reciente ni
originario de Suramérica, pero precisamente por los contextos sociales,
económicos y políticos de nuestros países, ha tomado dimensiones distintas a la
de las primeras agrupaciones de hooligans en Europa.
Aunque las que “gozan” de mayor reconocimiento son las barras de Argentina por
su influencia mediática y política, además de su gran capacidad de convocatoria y
organización, ésta forma de agrupación se ha desarrollado en otros países
suramericanos, con características semejantes a las Argentinas, por homologación
y por exportación de ideas. Colombia es uno de los países donde la influencia de
las barras bravas argentinas se ha sentido con mayor fuerza, pero que ha tomado
dimensiones sociales difíciles de calcular en la medida en que los intereses que se
juegan en las barras colombianas no tienen que ver con el poder político o
mediático, sino con un juego de honor dentro de los sectores populares, que
convierten a estas agrupaciones en centro y eje de acción, con consecuencias que
implican un “aguante”, en el que se juega hasta la vida.
Cuando se hace referencia a las denominadas “barras bravas”, se menciona casi
de manera inmediata una alusión a la violencia: es difícil pensar la dinámica del
mundo de los integrantes de estos grupos sin pensar en formas violentas de
expresión. Ahora bien, esta violencia pensada así, como una categoría inherente,
no da espacio para entender el sentido de estas formas de expresión y las
maneras en cómo son dadas en relación con los contextos y los significados que
ella tiene.
Por lo anteriormente dicho, pareciera ser parte del sentido común pensar que las
barras bravas son violentas. Sin embargo, esta imagen ha sido alimentada no sólo
por las acciones de estos grupos, sino también por los medios de comunicación y
por la estigmatización de la que son foco tanto en Argentina como en Colombia.
Esto tiene que ver con varios factores, entre ellos, con el planteamiento de
políticas públicas y manejos de conflictos e intereses políticos y económicos que
utilizan la imagen violenta de estos grupos para generar leyes y sacar beneficios.
En Colombia existen varias agrupaciones barras bravas cuyas estructuras de
poder se determinan po
r el “aguante” y la pasión que los mueve, no tanto por el
fútbol como por la barra misma, los que conlleva a protagonizar acciones de
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